Friday, March 09, 2007

Sabiduría

Sabiduría

Había un hombre llamado Ramón. Ramón profesaba que era un ateo. Por todas las partes que él iba siempre encontraba una manera de discutir su tema preferido, “Dios no existe.” Y Ramón era bastante bueno discutiendo. Su lógica parecía no tener defectos. Él podría encontrar siempre una debilidad en las discusiones de los que se atrevieran a discutir contra él. Después de lo cual él tronzaba. Una vez que él humillado a sus opositores, él procedería a presumir y a jactarse sobre sus victorias.

Un día él decidió escoger a una señorita como su opresor - Rosa -, que inconsciente del modo en que de funcionaba Ramón, cariñosamente mencionado el nombre de Cristo. Ramón se acercó como él acercaba al resto, con una sonrisa, y hablando suavemente, eligiendo sus palabras cuidadosamente para crear argumentos. Es aquí donde él prosperaba mas. Al ella oír su voz y las palabras que venían de su boca, ella supo que se trataba del hombre de quien le habían advertido anteriormente. Ella lo miro y le dijo, “así que usted es el que reclama ser un ateo.” Él contestó indignadamente, “Perdóneme señorita, pero qué quiere decir usted con eso de “el que reclama ser un ateo?” Rosa le contestó tranquilamente, “Bien, mi abuelo siempre me dijo, que no hay ateo verdadero. Yo le creí.” ¡Ramón contestado con un tono de sarcasmo, “¡Ja! ¿Tu abuelo? ¿Qué puede ese viejo hombre saber? ¿Qué razones da él para su aserción?” Rosa lo miro compasivamente y le dijo, “Él me dijo que, `La Biblia dice que el tonto dice en su corazón que no hay Dios.” Pero, deje que el tonto sienta como que se esta muriendo, y él clama inmediatamente al Dios que él dice que no existe. '” Ramón se rió ruidosamente y sarcásticamente, y después le dijo a ella, “Eso jamás me sucederá.” Ella dijo suavemente, “Nunca digas, `nunca.’”

Ya te imaginas lo qué sucedió después. Ramón despertó en el medio de la noche, jadeando por aire. Él sentía que su esófago se quemaba. Y antes, de que él pudiera pensarlo él murmuró las palabras, “¡O, Dios mió ayúdame!” Inmediatamente, la garganta de Ramón se aclaró, y él pudo respirar. El día siguiente el Ramón decidió ir a la oficina del doctor a cerciorarse de todo está bien con su salud. Nadie en la oficina se atrevía hablar, asustados de un posible arrebato de Ramón. Sin embargo, Ramón esperó pacientemente su turno y él no comenzó ninguna discusión. El que Ramón estuviera callado preocupo a la gente en la oficina, pero no se atrevieron preguntar. El nombre de Ramón fue llamado, pero él todavía tuvo que esperar al doctor. Finalmente, un hombre viejo muy dignificado y distinguido, con una barba blanca y una disposición agradable entró. Hablaron un poco. Después de esto el viejo doctor preguntó a Ramón, “Bueno Ramón, qué puede este viejo tonto hacer por ti?” Ramón recordó a Rosa. Él estuvo muy silencioso por algunos segundos. Ramón no sabía qué hacer; Él organizo sus pensamientos y contestó al doctor. Ramón dijo tímidamente, “Cuando conocí a su nieta ella me dijo lo que usted pensaba de los ateos, que claman a Dios cuando sienten que se están muriendo. Pues bien, me sucedió a mí. Clame a Dios. De hecho, incluso pienso que Él contestó.” El viejo hombre escuchó atento y después contestó, “¿Qué sucedió?” Ramón le dijo con los detalles vívidos lo qué había sucedido la noche antes. “Bien, Ramón, fuiste sabio en clamarle. Fuiste sabio de venir aquí para un chequeo. Sin embargo, en algunos días cuando la memoria de lo qué sucedió comience a desaparecer, e irás de nuevo a tus viejas maneras absurdas. Sucede siempre. Te olvidarás sobre la sabiduría que ahora has oído. Y, muy pronto puedes incluso desdeñarla.” Ramón escucho al doctor silenciosamente.

Esta historia me recuerda a lo que Salomón dijo en Eclesiastés 9:13 - 16, leamos,

Eclesiastés 9:13 - 16,
13 También vi esta sabiduría debajo del sol, la cual me parece grande:
14 una pequeña ciudad, y pocos hombres en ella; y viene contra ella un gran rey, y la asedia y levanta contra ella grandes baluartes;
15 y se halla en ella un hombre pobre, sabio, el cual libra a la ciudad con su sabiduría; y nadie se acordaba de aquel hombre pobre.
16 Entonces dije yo: Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque la ciencia del pobre sea menospreciada, y no sean escuchadas sus palabras.

Como el Ramón y la gente en la pequeña ciudad, muchos recuerdan a Dios solamente en tiempos de crisis. Y, pronto después de que la crisis se parece encima, y la vida va de nuevo a la misma vieja rutina y se olvidan de Él. Ves, es muy probable que la razón por la que existe una crisis porque no hicieron caso y desdeñaron de Su sabiduría. Así pues, claman por Dios, y Dios los rescata. Pero, la sabiduría de Dios no sólo rescata, el también puede salvarnos de la crisis inminente dándonos el discernimiento para evitarlo. La sabiduría de Dios puede también darnos la fuerza y la perspicacia para ir a través con la crisis. Pero, porque éste debemos ser imbuidos con su sabiduría antes, con, y después de cualquier crisis. Es fácil hacerlo esto cuando realizamos el grado de nuestra pecaminosidad y estamos agradecidos por el grado de Su sacrificio para nosotros. Es fácil cuando aprendemos a escuchar y confiar a la voz de su Espíritu Santo morando en nosotros. Él es la fuente de la sabiduría de Dios en nosotros. ¿Tú lo dejaras morar en ti? Él te hará sabio.

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