Friday, April 09, 2004

La Crisis Más Grande Del Mundo: Una Carencia De Siervos

Comentarios Sobre Las Lecciones de Escuela Sabática 2do Trimestre 2004: #2

El capítulo seis de Isaías comienza con la muerte de rey Uzzias. 2 Crónicas 26 lo describe como un hombre que trajo honor a Dios hasta su avanzada edad, cuando se enorgulleció. Entrando en el templo, él se propuso a quemar incienso. Estas actividades estaban prohibidas a todos menos al sacerdote que oficiaba. Viendo su intento, los sacerdotes fueron detrás del rey y pudieron evitar que él realizase su trasgresión. En su arrogancia, el rey se enfureció y en respuesta, el Señor lo castigó con lepra. Él murió sin nunca poder recuperarse de la enfermedad. Debido a su posición, el rey Uzzias presumió que él podría cruzar la línea que Dios había fijado para dividir las oficinas entre lo político y lo espiritual. Él probablemente sentía que su exaltada posición lo daba derecho a actuar, como él mejor placía. En presumir desobedecer la explícita instrucción del Dios, él demostró un corazón rebelde y desobediente. Desdichadamente para Uzzias, él pensó que él podría servir a Dios en un ministerio para el cual no tenía ni llamado ni comisión.

Transportado en visión al santuario celestial, al profeta Isaías se le permite ver a Dios en su santidad, perfección y belleza. Al Isaías oír cantar a los ángeles en alabanza a Dios - "¡Santo, Santo, Santo!" - Isaías discierne que tan inadecuada y débiles son sus propias alabanzas. El velo que separa el lugar santo del lugar santísimo es removido, e Isaías es permitido ver el carácter de Dios en todo su esplendor glorioso. (No hay división entre el carácter, naturaleza y el ser de Dios.) Al compararse con Dios, Isaías sabía que él no era puro o santo. Al sentirse condenado a morir, él proclama, "soy un hombre de labios inmundos, que vive entre una gente labios inmundos." Con misericordia y dulzura, Dios comisiona a un ángel para volar a Isaías con un carbón encendido del altar. El carbón que continua quemándose, es puesto en los labios de Isaías, purificándolo, y Dios lo pronuncia santo y puro. Es después de esta viva experiencia que Isaías contesta a la llamada para ser mensajero especial de Dios para su generación.

Me alegra que el autor de la lección ofrece el contraste entre el rey y el profeta. Hay muchas lecciones que podemos aprender de ellos. La presunción de Uzzias ocurrió en avanzada edad. Isaías fue llamado y convocado al cielo en una visión en su juventud. Uzzias fue al templo para satisfacer su deseo egoísta, sin que Dios que lo convocase. Si Uzzias hubiese tenido éxito él habría quemado el incienso con un carbón del altar terrenal. Isaías fue purificado y purgado de pecado con un carbón vivo del altar. Podríamos decir que Isaías se convirtió en el incienso. Él personificó la oración para la pureza y el perdón para sí mismo, y como intercesor de su gente. El carbón ardiente emitió calor, luz, humo y aroma -- todos estos símbolos bíblicos que representan el trabajo de Dios en Cristo.

Cristo es la luz del mundo. El humo representa las oraciones de los santos que ascienden antes de y sobre el velo entre el lugar santo y santísimo. Todos los sacrificios que Dios acepta, son agradablemente aromáticos para Él. No es que Isaías se convirtió en Cristo, pero en un sentido él lo personificó como profeta, sumo sacerdote, y siervo sufridor. Cristo moró en él. Mientras que el rey Uzzias presumió de grandeza personal, quizás igualándose a Dios, Isaías se humilló como siervo que solamente deseaba servir su Amo.

El mundo necesita a más hombres (mujeres y niños) como Isaías, individuos que esperan a Dios para convocarlos. Individuos que esperan: rogando, arrepintiendo, estudiando -- activamente esperando la llamada y la lluvia del Espíritu Santo. Se requiere paciencia para ser siervo. Personas que, como Isaías, son humildes, y esperan hasta su Amo dice que están listos "en su poder" para hacer el trabajo. Son ellos los que contestan, "Envíame a mí." Ellos siguen las instrucciones de Dios al pié de la letra, sin salirse del carril ni tomando atajos. El regalo de amor incondicional de Dios impregna sus corazones y se derrama encima sobre ésos a quién Él los envía a predicar. El mundo necesita a los que, como Isaías, borran su propia agenda para seguir el plan del Dios. El mundo necesita siervos.

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